Despierta un 2022 con más incertidumbres en cuanto al aumento de costes que el año que acaba de finalizar. Las medidas que había que acometer debido a la covid-19 y el progresivo aumento del Salario Mínimo Interprofesional ya han colocado al sector en una situación grave. La subida del SMI ha supuesto un encarecimiento del 25% en sólo tres años, a lo que se suman ahora muchos de los elevados precios de los insumos derivados de los altos precios energéticos, tal y como ha señalado Cajamar en su último informe sobre la campaña hortofrutícola.
Los incrementos de precio de los insumos y otros costes de producción muestran una situación preocupante para el sector hortofrutícola. Si se compararan los costes de producción y comercialización de las frutas y hortalizas de Almería con las cifras existentes un año antes (datos cerrados a inicio de noviembre) se observa que la rentabilidad de agricultores y empresas está en serio peligro.
Incrementos
En campo hablamos de un incremento de costes totales que varía, dependiendo del cultivo, entre el 12% y el 15%. Los conceptos de costes más afectados son: los fertilizantes (más del 45% de aumento); la energía o el gasoil (un 117% y un 32% más caro). A esto debemos unir, la fuerte subida de los componentes necesarios el mantenimiento y construcción de los invernaderos (de media más del 25% de variación): plásticos, elementos de hierro y acero, así como, otras materias primas indispensables.
Pero esto no es todo, en el caso de las empresas de comercialización, la situación también es crítica. Los costes se han disparado por encima del 13% como consecuencia del aumento de la energía, los envases o embalajes de plástico o cartón (un 20% de media). A esto debemos unir de forma colateral la firma del convenio del manipulado que va a hacer que los costes laborales suban este año un 10%.
El problema es hacer ver al cliente principal, la gran distribución, que debe aumentar en esa cuantía los precios pagados. Y eso considerando que no aumenten más los costes: crecimiento que da la sensación de que no va a parar, por lo que estos datos van a quedar pronto desfasados.
En este contexto, la cuestión es hasta qué punto los agricultores podrán asimilar esta constante subida. De hecho, se atisba una caída de la oferta internacional de aquellas zonas productoras más al norte, y que son intensivas en inputs con costes disparados, es el caso de la energía eléctrica.
Menos problemas fuera de la UE
En contraposición no parece que los productores de terceros países estén teniendo problemas, entre otras razones porque parten de una situación más desahogada en su margen. La situación a medio y largo plaza dependerá de si este escenario es coyuntural o ha llegado para quedarse. Si pasa esto último se producirá una reestructuración del escandallo de costes de un agricultor hortícola, con unas consecuencias muy inciertas y que dependerán del caso particular de cada uno.
A finales de diciembre de 2021, los precios estaban muy por encima de los que había el año anterior; aunque los que conocen el campo saben que la situación puede cambiar de forma brusca.
La producción en origen muestra caídas leves en algunos productos, más acusadas en el caso de calabacín o la berenjena, pero que no parecen explicar completamente este escenario. No está claro si los precios se explican por una menor oferta total, o porque el minorista se ha visto obligado a pagar precios más altos para asegurar su suministro a medio y largo plazo, reconociendo que la situación del agricultor es límite y de que es hora de repartir esfuerzos.
A futuro, ¿qué soluciones hay ante este panorama? Sin tener nadie una varita mágica, las herramientas de digitalización y tecnificación pueden mitigar las subidas calculando con precisión los insumos que se apliquen a los cultivos, reduciendo el agua de riego, los fertilizantes o los fitosanitarios, entre otros.
Mientras tanto, el campo es un clamor desde todos los puntos cardinales ante unas subidas que desgraciadamente pueden dar con muchos productores en un terrible abismo.