Arranca la que puede ser la campaña con más incertidumbre de la historia del sector hortofrutícola almeriense. Las tendencias macroeconómicas, las fuerzas políticas y legales o la geoestrategia se han convertido en las variables que definirán este periodo.
Se inicia la campaña 2022/23 con las mismas incertidumbres con las que acabó el ciclo pasado. Al margen de los problemas típicos de plagas o de las fluctuaciones meteorológicas, en la campaña anterior aparecieron otras contingencias, como la guerra en Ucrania, que han condicionado los resultados del sector.
La inflación constante de los insumos hizo que los costes por kilo crecieran de media un 26% en un solo año. A pesar de esto, lo precios aumentaron un 37% debido a circunstancias muy diversas: condiciones meteorológicas muy cambiantes, reducción de la producción centroeuropea por la pérdida de rentabilidad o, incluso, la inquietud de los clientes por asegurarse el suministro.
Al final, la campaña cerró con un descenso de la producción del 6%, lastrada por los cultivos de primavera, hecho que influyó para que los precios medios totales crecieran un 37%. Esto dio como resultado un 31% más de ingresos. Podemos hablar de una campaña salvada, con resultados aceptables, a pesar de la aparición de circunstancias que parecían difíciles de soslayar. Nunca como en la campaña próxima el contexto indirecto puede marcar lo que pueda pasar. Las tendencias macroeconómicas, las fuerzas políticas y legales, o la geoestrategia son ahora variables que tendremos que considerar.
Deterioro del consumo de fyh
La inflación y, en general, la pérdida de poder adquisitivo del consumidor aparece en un puesto prioritario. Por poner un ejemplo: los datos de consumo de frutas y hortalizas, aunque sean del mercado nacional, ya reflejan un deterioro importante. En un solo año, el consumo per cápita de hortalizas en España ha caído más de un 11%. La pregunta siguiente es cómo afectará la pérdida de demanda a los precios percibidos por el agricultor. Es más, algunas grandes cadenas de distribución están estableciendo estrategias de contención de precios al consumo, algo que seguramente es una excusa para renegociar a la baja con sus proveedores y asegurarse ellas unos buenos resultados. Esta situación podría ser contraproducente porque en el medio y largo plazo desincentivaría la producción y los precios tendrían un repunte más brusco.
La inflación de oferta, como la que vivimos, tiene otro efecto negativo para el productor: el crecimiento del coste de los insumos. La agricultura de invernaderos requiere suministros muy diversos. En la actualidad, el más tensionado es el precio de los abonos y fertilizantes. El gas representa hasta el 90% de los costes variables de la producción de fertilizantes, por lo que habrá que estar atentos a la evolución de su precio. En cualquier caso, en horticultura este coste representa alrededor del 10-15% del escandallo de gastos directos.
Habrá que considerar también la factura eléctrica, pues ésta afecta de manera indirecta al resto de inputs. Otro punto conflictivo sería la posible revisión del salario mínimo interprofesional, aspecto que sí tendría un impacto más fuerte. A todo lo anterior habrá que sumar la evolución del precio del petróleo y sus derivados (incluidos los plásticos, fitosanitarios), y del resto de materias primas que afectan a los componentes necesarios para la construcción o el mantenimiento de las estructuras invernadas.
De forma general, los primeros datos muestran que el coste total no debería alcanzar cifras tan elevadas como las que se soportaron la campaña pasada. La cuestión es saber si los precios de liquidación podrán compensarlos.
Países terceros continúan en crecimiento
Por el lado comercial y geoestratégico existen pocas certidumbres. La oferta de terceros países procedente de Marruecos y Turquía no tiene visos de estabilizarse. Por ejemplo, en la campaña pasada, las exportaciones de tomate de Marruecos a la UE y Reino Unido aumentaron un 14%; los envíos de Turquía crecieron un 16%. Estas cifras ponen de manifiesto una tendencia de reorientación del producto con origen en estos países hacia el mercado del europeo tradicional, en detrimento de un socio comercial fuerte como Rusia.
Por otro lado, es pronto para hablar de la oferta en los países de Centroeuropa, aunque seguramente sea esta zona la más afectada por el aumento de costes. Si esto se materializase, bajaría la presión de oferta no sólo en los inicios y finales de campaña, periodos tradicionales de solape, sino también en semanas más centrales del ciclo donde en los últimos años Países Bajos o Bélgica estaban creciendo.
Por último, hacer hincapié en cómo el agua se está convirtiendo en un recurso cada vez más escaso. La fuerte sequía del último año, y que parece que se terminará por cronificar con el paso de los años, confirma que tarde o temprano habrá que asumir incrementos de coste que compensen las dificultades para su obtención o incluso la lucha con otras ramas de actividad económica al margen de la agricultura. Lo anterior se complica aún más en el escenario de incertidumbre en el que nos movemos.